REFLEXIÓN

En memoria de mi padre Ramón Miramontes quien fue migrante, mis primos mis primas y muchos amigos que se fueron a engrandecer ese gran pais.
Por Luis Enrique Miramontes Vázquez
Bajo el sol incandescente de California, en cada amanecer que besa los campos y en cada calle que se alza con nuevos cimientos, resuenan las historias de quienes cruzaron fronteras con la esperanza como estandarte. No hay rincón en el Golden State que no haya sido tocado por la tenacidad de los mexicanos, por esas manos que cultivan la tierra, que erigen edificios, que ofrecen hospitalidad y que, con esfuerzo silencioso, construyen el porvenir de una nación que muchas veces los ignora.
Son el pulso incansable de la economía, los rostros detrás del servicio, los pies que recorren los caminos del sacrificio. Y, sin embargo, su brillo no siempre es reconocido. El estado dorado no es dorado por la fortuna de unos pocos, sino por el sudor de millones que han forjado su grandeza con trabajo digno y sueños irrenunciables.

En cada cosecha que alimenta a familias, en cada ladrillo que levanta una esperanza y en cada sonrisa que atiende al cliente, hay una historia de lucha, una historia de amor por la vida y por la dignidad del esfuerzo. Porque el verdadero oro de California no está en sus tierras ni en sus lujos, sino en el espíritu indomable de quienes nunca dejan de soñar.
Mi solidaridad para todos ustedes que no solo hacen grande un estado sino dos naciones.
